martes, 9 de noviembre de 2010

Dominio de Marranos

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Me tomó varios dias caminar escondido, las intenciones de domar dos o tres caballos salvajes que encontré en mi camino fueron meros fracasos, esas son las cosas que aprende uno en batalla, pero cuando se trata de buscar la historia de su hijo perdido todo se viene abajo. No importa cuantas batallas haya ganado, ya sea luchando a pie o a caballo; lo único que me interesa es saber cómo perdí a mi hijo. Guerrero como yo, pero luchando en batallas cuyas causas él desconocía, mi hijo perdió la vida en la acción, o por lo menos eso es lo que se me comentó. El trayecto fue de lo más complicado, pues yo refugiado en Arles después de que me torné en contra de la dinastía Almohad en Valencia, tuve que caminar bajo las sombras en tierras Españolas para llegar a este pequeño pueblo en donde le arrebataron la vida a mi hijo.



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Lo vi tres veces en mi vida: Cuando nació y se robó la vida de mi mujer, mujer a la que yo era devoto y fiel a pesar de los largos años en los que defendí mi tierra desde las sombras, pues los árabes estaban controlando todo lo que encontraban, saqueaban y se imponían; la segunda vez que lo vi fue cuando la mujer de mi hermano decidió no cuidar mas de mi hijo, pues lo consideraba un bastardo que no podía mezclarse con los suyos, argumento que jamás acepté pues a mi hijo jamás lo negué, incluso le perdoné el llevarse la vida de su madre, al final mi hermano la forzó a cuidar de él mientras él y yo nos escondíamos en la mugre, alejando a los árabes de la familia. La tercera vez que lo vi fue durante un largo tiempo, durante estos días en los que caí enfermo debido a un ataque de los árabes. La recuperación fue larga, dos o tres meses en los que se formaba el muñón de mi brazo izquierdo y varios meses más en los que me dediqué a adiestrarme. Para este entonces mi hijo ya estaba listo, o eso creía él, para atacar a los árabes y formar su pequeña, pero efectiva, armada y detenerlos de una vez. Al despedirse nos juramos que nos veríamos una vez más por lo menos, ya fuera para lamentarnos o para festejar.



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Donostia tiene un gran futuro, los puertos permitirían el crecimiento comercial, y para estos días los árabes querrían dominar. Mi hijo quería prevenirlo y ahí comenzar su ejército, pero jamás entró a este pueblo con vida, radicó en Igeldo donde se escondía mientras conseguía formar su pequeño ejército de asesinos. Al llegar a Igeldo, no vi nada mas que una casucha abandonada, supuse que era la que mi hijo había ocupado mientras encontraba su objetivo. Entré a la casa, soportando el olor a cadáver en descomposición y el calor que las paredes generaban; encontré planos de estrategias para entrar a Donostia y obligar a algunos a formar parte del plan.



Como previó mi guerrero, algunos árabes habitaban de a poco, algunos ya abusaban en los mercados y el descontento de algunos comenzaba a alterar la tranquilidad de Donostia. Sin embargo, el pueblillo era aún habitable. Algunos como mi hijo empezaban a atacar y éstos por alguna razón eran reprimidos por los locales. Parecía que los árabes estaban siendo aceptados en este lugar.



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Al ver a un árabe estafando a un local con todo su puesto por unas cuantas monedas, mi instinto guerrero me instó a someter al árabe, ¡cómo los odio! Pero la razón me impidió tomar acción alguna, pues había demasiados como ellos en el lugar y si hacía algo seguramente los demás me harían correr la suerte de mi hijo. Al alejarse el árabe, tomé al mercader y lo llevé a un callejoncito en donde nadie escucharía las respuestas a mi interrogatorio.



-Tienen a los ricos comprados, los ricos matan a aquellos que no se dejen estafar ¡nos tienen dominados!- Respondió el indefenso comerciante, quien alimenta a un distinto miembro de su familia cada día pues el dinero que consigue solo le permite alimentar a una persona al día. No creí que la pobreza llegara a esos niveles en Donostia, pero si los árabes estaban involucrados no había mucho que hacer. Pronto llegaría el ejército y sometería al pueblo entero a responder a la dinastía que no solo me robó mi tierra, ya me había robado al hijo que llevaba la vida de mi mujer.



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Escondiendome en Igeldo, sin información sobre mi hijo en ningun lado, pues todos los comerciantes estaban sometidos, decidí seguir con su plan. Subiendo el cerro encontré a seis jóvenes que correteaban vacas o aves silvestres. Les grité y se acercaron con duda, les expliqué como agarrar las vacas y que si querían aprender mas, que me siguieran. En la construcción les expliqué lo poco que sabía sobre ganadería, este era el pretexto para preguntarles sobre su lejanía de Donostia: Los árabes eran la razón.



Los jóvenes y yo seguimos frecuentandonos, les enseñaba sobre el arte del ataque bajo las sombras y las formas adecuadas de matar, en este caso animales silvestres que en unas semanas serían árabes corruptos y ladrones. Los jóvenes llamaban a más personas y en dos semanas llegamos a ser hasta 33, pero algunos por deberes comerciales y por sometimiento de los árabes fueron desapareciendo hasta llegar a una modesta cantidad de 18 al terminar la sexta semana de entrenamiento.



Convencidos mis 17 y yo de acabar con los árabes como fuera, diseñamos el plan para acabar con los árabes más importantes y con los mandos monárquicos que estuvieran corrompidos por estos desagradables.



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Después del fracaso de diecisiete rebeldes, liderados por un viejo lleno de rencor hacia una raza que le robó a su hijo y sus tierras, los árabes decidieron someter Donostia de una vez por todas, aniquilando todo rastro de la monarquía que cada vez tenía más complicada la situación pues los puertos de Navarra ya no recibían barcos comerciales y ahora se dedicaban a saludar y despedir al sol. Los jovenes fueron degollados y mutilados, uno por uno, recibiendo el siguiente la misma pena que su anterior y un castigo más: Al primero le cortaron el pie izquierdo, dejando caer una espada más pesada que las vergas de los barcos abandonados y más filosa que los colmillos de los jabalíes que en el cerro de Igeldo atacaban a cualquiera, un río de sangre comenzó a correr después de medio minuto del rebane; el segundo, además de recibir el mismo castigo que el primero fue acostado en una parrilla al rojo vivo después de que las brasas formaran un muñon en la pierna izquierda.



Así sucesivamente, los árabes castigaron cruelmente a cada uno de los individuos que descubrí, todos de excelente calidad, pues habían aniquilado a más de la mitad de esos cerdos que dominaban Donostia. -Debiste entregarte antes, así como tu hijo hizo; el muy homosexual no soportó escuchar la idea de su castigo y murió del susto- comentó el marrano que la hacía de verdugo.



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-Di lo que te plazca, no solo yo sé como acabarlos, alguien debió enseñarme todo lo que sé, y no solamente a mi... no les queda mucho tiempo considerando que los romanos necesitan crecer más- Hablar de los romanos a los árabes era una de las peores ofensas que podía existir, era como echarle agua a un marrano después de un baño en el lodazal. El pezañudo ser se encabritó tanto que lentamente pasó su espada por mi oreja derecha, separandola finamente hasta que quedara colgando y se arrancara por su propio peso. Ante el dolor, solo pude gritar de sufrimiento, implorando por que comenzara mi tortura pues yo jamás iba a reconocer el dominio árabe. La acción se repitió con mi oreja restante, todavía recuerdo cómo se siente el peso de las orejas arrancando la piel lentamente, descendiendo cada vez más sobre el río de sangre caliente, mientras mi vista se perdía en un mundo de dolor y de oscuridad en el que sabía que perdería el conocimiento.



Al despertar solo escuchaba gotas caer, estaba sosteniendo una pesada estructura de forma que si me movía, el peso caería más sobre mi. Nunca supe qué era lo que sostenía, pero recuerdo cómo salí del apuro. En los otros extremos del sostén, había otras tres personas en la misma situación que yo, dos estaban perdidos en su locura por tanto dolor que por alguna razón se transformó en placer, con lo que no dejaban de moverse. El tercero estaba cuerdo, llevaba poco tiempo bajo la estructura en la que me encontraba, era más joven que yo y me parecía familiar. No era mi discípulo, tampoco era uno de mis hijos; no lo ubiqué pero él si a mi. El dolor había hecho que perdiera parte de mi memoria, pero entendí perfectamente cómo pretendía sacarnos del apuro.



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Soportando el dolor de mis orejas, el muchacho me indicó que me moviera de cierta forma para poder escapar, hacer simetría para que el peso recayera en los masoquistas y el dolor terminara con su sufrimiento mientras nosotros nos liberabamos de la estructura. Juro que jamás había sentido tanto dolor como aquella vez, además de la incomodidad de los movimientos y de la presión de la reacción de los vigilantes, que no eran árabes, ante nuestra liberación y la defensa que seguiría. Fue cuestión de segundos en los que robamos las espadas y cortamos cabezas, mientras se escuchaban los gritos de los otros dos castigados, gritos de liberación y sufrimiento mientras la presión de sus cuerpos subía a sus cabezas intentando hacerlas reventar y llenar de sesos la celda.



El escape fue más sencillo, en la playa de la Kontxa robamos algunas prendas para disimular nuestra identidad y en Ondarreta caminamos por las rocas del fondo para pasar desapercibidos. En las faldas del cerro de Igeldo me despedí del joven que no recordé jamás pero siempre le voy a estar en deuda; regresé a la guarida a reflexionar lo sucedido en esta pequeña temporada: El destino de mi hijo sigue siendo un misterio para mí, los árabes no tardan en buscarme para de una vez por todas terminar conmigo y escapar de la zona va a ser difícil.



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Arles, dos años después, el mismo pueblo. Yo, volví después de tanto sufrir y sin encontrar lo que buscaba. En soledad y en tristeza, lo único que me queda es añorar y recordar a mi mujer, a mi hijo y sobre todo, la maldita belleza que se veía desde el cerro, la belleza del mar que es testigo de las atrocidades de los cerdos que jamás sabré si se irán por siempre o si dominarán hasta el fin de los tiempos, la belleza de las calles que están siendo usurpadas por la corrupción, la historia que llegará a su fin, pero este fin es uno en el que yo no fui partícipe, en el que mi hijo quedó borrado de la historia y del que se hablará por siempre mientras que el sufrir de los rebeldes quedará absorbido por las piedras en el suelo de las calles de Donostia.













Escrita por el dueño del blog para una intención de serie llamada El Viajero; la historia no es real ni está basada en hechos históricos, es una simple invención escrita ni para el bien ni para el mal de la ciudad, simplemente habla del lugar y de hechos imaginarios.

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