sábado, 17 de julio de 2010

De las veces que me rompieron el corazón

Si eres una de las muchas mujeres que me rechazaron y me lastimaste voluntaria o involuntariamente, debes saber que no me rompiste el corazón, tal vez me entristecí y me inquieté, pero no llegaste a tanto. He de reconocer que fueron dos hombres los que me rompieron el corazón, me hicieron reflexionar y me obsesionaron.

La primera fue cuando saliendo del cine, un niño se me acercó ofreciéndome navajas para afeitar. Al principio me porté un tanto agresivo y le dije que no tenía cambio (como me comporto con todas las personas en la calle), pero el niño al escuchar mi repuesta emitió un gesto de desilusión, como si al no vender las navajas fuera a fracasar en ese día, ese gesto me dejó pensando en el trayecto de cinco metros a mi coche, le abrí la puerta a mi novia y le pedí que me esperara.

Regresé con el niño que había ofrecido los rastrillos a otra persona, no recuerdo si ésta le compró un rastrillo o no, le pregunté el precio y me respondió que cada par costaba veinticinco pesos. Desgraciadamente yo tenía un billete de cien pesos y el niño no tenía setenta y cinco pesos de cambio, le vi tristeza al niño y cierta resignación de fracasar ese día, lo que me convenció a pedirle dos pares, el niño no tenía cincuenta pesos de cambio y le dije que me cobrara treinta por cada par.

El resto de esa noche, no dejé de pensar en aquel episodio, pues por primera vez en mi vida, sentí tristeza ajena y empatía por alguien que jamás tenía pensado toparme. En cierto modo sentí orgullo por mí mismo al realizar semejante acción (recordemos que soy un personaje egoísta y cerrado a la mayoría de las personas), sin embargo puse los pies en la tierra y entendí que no cambié el mundo. El niño al otro día tendría un éxito o un fracaso realizando lo mismo que hizo aquel día y yo probablemente no recordaré esa minúscula acción.

Después de ese día, continué con mi vida y sin dar nada a quien me pidiera algo en la calle, a los sordomudos no les creo, a los niños siento que no les ayudo y a los adultos los repudio por no ponerse a trabajar por lo menos barriendo. La segunda ocasión fue distinta a la primera pero el efecto que tuvo en mi fue muy similar, me hizo reflexionar y me entristeció el resto de esa noche: También saliendo del cine, fui a cenar con mi familia y a la mesa llegó otro niño, estaba bien vestido y parecía que en verdad necesitaba vender unas paletas vero. El niño no necesitaba convencernos diciendo que las paletas estaban deliciosas y que brillan en la oscuridad, con el simple hecho de atreverse a interrumpir la cena y ofrecerlas a unos desconocidos, y con ese gesto, bastaba para comprarle las paletas.

Sigo sin comprender por qué estos dos niños en especial me hicieron reflexionar y cómo esos gestos de tristeza o frustración me convencieron de realizar gastos totalmente innecesarios y excesivos (veinticinco pesos un par de rastrillos desechables y diez pesos por una paleta vero). Sin embargo, sé que hay infinidad de personas que tienen esa capacidad de romperle el corazón a cualquiera por un momento, y que además pueden cambiar la perspectiva de alguien muy cerrado a algo externo a sus esquemas, pues en mi caso, siempre he creído que se apoya más a la sociedad no dando limosnas a quienes la piden, y que jamás siente esa tristeza ajena con cualquiera, pero esta ocasión fue diferente.

Creo que estos niños me llegaron al corazón porque estaban haciendo algo por salir adelante, vendiendo cualquier cosa en lugar de mendigar, esperando y soñando diariamente con vender todo lo que ofrecen para conseguir su objetivo, que me imagino que era muy distinto entre estos dos niños. Me conozco y sé que al final del día pondré los pies en la tierra y asimilaré que no hice gran cosa, que si quiero hacer algo verdaderamente trascendente tendrá que ser a más personas y bajo el anonimato, pero hasta hoy, estos dos niños me rompieron el corazón.